Cuando llegué a casa miré cada uno de los rincones y me sumergí en ellos para recordar todos los momentos vividos.
Hacía años que viviamos ahí. En el living, que contaba con dos sillones regalados y una mesa ratona comprada en el Tigre por migajas, casi nunca estabamos juntos. Yo lo usaba para acomodar y contar cd´s o para tratar de leer algún libro, siempre de Stephen King.
¿Habremos usado alguna vez el comedor ?
No lo recuerdo, pero ella si usó muchas veces el gran espejo que abarcaba toda la pared, arreglándose para salir a trabajar o para las escasas salidas de los fines de semana.
Dos dormitorios. El nuestro y el de los chicos.
Cocina, comedor diario, cuarto de chucherias y PC.
Recorrí todo, en cada lugar te ví, nos ví.
Estabas a 45 minutos de casa, supuse y empecé a prepararme.
No iba a ser fácil, esta situación tenía que enfrentarla con mucho cuidado y sutileza porque quería que ella me lo diga.
¿Cuánto tiempo llevaba esto? ¿Por qué llevaba ese tiempo?
No quería indulgar culpa, yo no me sentía responsable de que hace más de tres meses no sé que es la intimidad con ella. No nos tocamos y, creo que si, muchas me esquivó.
Ese gran espejo mantiene el secreto de todos los preparativos para otro. Lo sé.
Confieso que la ira me comía las entrañas y los celos me perforaban el cerebro cuando estaba frente a ese maldito espejo que nunca me advirtió de sus planes.
Pero hoy estoy tranquilo, la voy a esperar. Sereno, reflexivo y, quizás, comprensivo.
Siento que está por tocar el timbre de casa. El corazón se acelera, no como un enamorado sino como el de alguien que está por saltar desde un décimo piso a la muerte.
Cuando entró, sólo me besó y siguió el camino hasta la cocina. La seguí, sin que pudiera decirle otra cosa que pequeñas estupideces rutinarias.
Se la veía cansada, alineada y distendida.
En ese momento, cuando giró para decirme algo, me dí cuenta que había estado con él.
El corazón me dejó de latir y, sin previo aviso, me abalancé sobre ella y la tiré al piso.
Mis manos abrazaron su cuello y en mi cabeza empezó a sonar “milwaukee” con la voz áspera de Ivan Noble diciendo “tu mano se ahorca en la mía y estás gritando”.
Recuerdo que le pregunté por qué, mirándola a los ojos que lloraban en silencio. Y eso, ese silencio, me alteró más.
Creí poder seguir preguntándole, pero no pude. Creí que me detendría y podríamos hablar. Tampoco pude.
Cuando, en su última reacción, me pateó con fuerza en el pecho y me empujó hacia atrás me dí cuenta de hasta a donde habías llegado. Ese era el fin.
La situación no tenía ningún tipo de retorno, ya no eramos nosotros y nunca volveríamos a serlo.
Me humilló verme en esa situación y sin pensar en nada ni en nadie, saqué el 38 nuevo.
Tenía otra utilidad, lo compré con otro objetivo, pero invertí los roles apoyándolo en mi sien. Ella seguía llorando mientras yo retorcedía para que no me pudiera tocar.
Apreté el gatillo y escuché a Ivan Noble nuevamente que me sucurraba “Antes de morirme escuché a Zappa que cantaba: "los corazones rotos son para los imbéciles...".
martes, enero 09, 2007
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