viernes, julio 29, 2005

Gabriel García Márquez

Hace unos días encontré en una librería a la vuelta de mi laburo (que no pienso decir cúal es), una imperdible oferta. Dos tomos de la Obra Periodística de Gabriel García Márquez a $ 8 o a U$S 2, 7 si lo prefieren.

Debo admitir que sólo he leído un extenso prólogo que detalla los primeros años de la actividad periodística de este excelente autor.

Pero tuve mi primera gran sorpresa en la página número 82, del tomo 1, que realmente me maravillo. Es por eso que quiero compartir unos fragmentos (espero no estar violando ningún derecho de copyright, si es así pido disculpas y sacaré el texto de forma inmediata)

Esto, según el libro, data del año 1948, cuando García Márquez contaba con 20 años

Acá va:

Cuando venga la primavera y yo no esté contigo, y estén secos la tierra y tu paladar, siembra un árbol en el patio. Un árbol que sea poderoso y corpulento - un roble o una ceiba - para que pueda sostener la estación de los pájaros. Riégalo diariamente con el agua en que lavaste tus manos, para que el viento aprenda a tejer la caricia. Y déjalo crecer, sin que haya boca humana que se atreva a morder sus raíces amargas. Sé egoísta, porque la vida es demasiado corta para compartirla. Y haz que tu árbol sea solo tuyo, con todo el vigor de su poderío vegetal, para que nadie venga a disputarte su frescura. No prestes el hacha a tu vecino ni tomes de la miel de sus paneles, porque la gratitud es enemiga de los árboles. Pero si aún insisto en ser ausente, toma un cuchillo, graba nuestro nombre en la corteza, y llama a tu vecino para que tumbe el roble.
Cuando llegue el otoño, si aún no he regresado, clava una herradura en la puerta. Cuando vengan nuestros amigos comunes y te hablen del sabor amargo de la arcilla y elogien los animales que han crecido en tu huerto, hay en tu mesa par de buena levadura y agua recién llovida en tus alcarrazas. Pero cuando se marchen, ya después de la cena, cierra las puertas para que no vuelvan, porque un día acabarán con el pan, con el agua, y sin embargo seguirán siendo amigos nuestros. Los martes no mires la herradura, pero si sigo ausente, mírala todo el tiempo hasta cuando la ira entierre sus raíces de acero en tu corazón.
Cuando llegue el verano, espérame, pero guarda toda la sal de los mares en tu casa. Si alguien llega a tus puertas y las derrumba a golpes, dale a beber tres aguas de salitre, y deja pan salado para que la voz se le vuelva de piedra en la garganta. Riega sal en tu lecho para martirizarte en mi demora, y para que tenga sabor de espanto la sustancia de tus pesadillas. Lava tu piel con terrones de sal y sentirás cómo muerde la soledad cuando han pasado todas las estaciones. Si al terminar el otoño aún sigo distante de tu ámbito amoroso, cubre con seda oscura tus espejos y riega sal en el umbral de tu puerta.
Y si cuando lleguen las lluvias no he regresado aún a tu corazón, entonces vete al patio, y cava un pozo donde quepan tus huesos.

Gabriel García Marquez, julio de 1948