En los últimos post me dediqué a contar un poco lo que me había pasado (o lo que me está pasando con mi ex Nokia 7610) y el aumento de visitas al blog fue inusitado.
No lo había logrado ni con Kirchner, ni con Wanda Nara y menos con las impresentables anécdotas cotidianas de un servidor.
Ya no habrá saga de Nokia, me cansé y debería abrir otro blog para subir mis mails y las respuestas de la empresa e instituciones de defensa al consumidor (ya está en manos de estos últimos, así que, cuando tenga el veredicto final avisaré).
Volviendo a las visitas, inmerso en una veda electoral plagada de encuestas, fue la primera vez que tres comentarios (amparados en el detestable "anónimo") me disgutaron.
Más allá de la libertad que posee cada uno de expresarse como le plazca, me rompió las pelotas que se rían de un problema que el autor tenía o tiene.
Creo que este tipo de actitud es la más representativa del verdadero "GEN ARGENTINO".
Nos encanta disfrutar del fracaso ajeno, de las angustias y de la caída frente a nuestros ojos.
Me importa muy poco la vida de las personas que no conozco, que no quiero conocer, son demasiadas las almas que me preocupan para sumar más angustias. Pero no suelo disfrutar del pesar ajeno.
Estaría bueno aprender de esas situaciones.
Voy a ejemplificar arbitrariamente, con experiencias que me vienen a la memoria, sobre esto.
- Ahora miro muchísimo antes de cruzar y prefiero perder varios minutos en un semáforo. También me desespero cuando mi hijo se acerca a una calle.
- Se que el dolor propio es incomparable. Jamás podré sentir lo que otros sienten, pero nunca voy a minimizarlo, cualquiera que se el origen del penar.
- Cuando aprendí que mucho no debería preocuparme por lo que pensaran o sintieran por mí, dejé de lado la tormentosa angustia para darle lugar a mi más profundo egocentrismo. Yo sé que no les importo, pero me importa nada.
Continuará...
viernes, octubre 26, 2007
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