Era yo.
El sábado, mientras miraba a mi hijo jugar junto a un amigo en la plaza de Castelar, junto a los trenes incendiables del Sarmiento, me ví caminando hacia algún lado.
Llevaba el pelo largo hasta la cintura y tenía una carpeta en la mano izquierda, seguramente cargada de planes a futuro, maquiavélicos y sin sentido.
Tenía puestos los clásicos jeans y la campera de cuero, esa que trajeron mis viejos del Brasil y que me regalaron por quedarme laburando ese verano.
No miraba a ningún lado, solo caminaba por el caminito que bordea la plaza del Vagón (en clara alusión al vagón que está estancado en la esquina de esa plazoleta vacía).
Eran pasos rápidos. Ni siquiera me miré, no me ví sentado en el banco de cemento con veinteaños más. Tal vez le fui indirente al paso del tiempo y a mi futuro que está plagado de incertidumbres.
Después desaparecí, de espaldas a las vías, rumbo a no sé donde.
lunes, septiembre 22, 2008
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